Redacción (Agencias).- Alberto Beltrán, una de las voces más hermosas de República Dominicana, es uno de los ídolos de siempre en este país, con discos que reproducen las músicas tan “sabrosas”, como solía decir, de la tierra natal.
Cuba, muy en especial, está vinculada a la proyección mundial de este intérprete, quien siempre que podía regresaba a la vecina isla, la cuna del Son.
El 5 de mayo se cumplieron 101 años del nacimiento de Beltrán, quien al principio de su carrera saltó de grupo en grupo, buscó fortuna en la radio provincial y se sentía dichoso cuando ganaba cuatro pesos por noche, una suma considerable en aquellos años 40 del siglo pasado.
Beltrán nació en el batey de Palo Blanco, en la provincia de La Romana, en el sureste de este país, donde la música nace hasta en las piedras. El asentamiento siempre fue espacio de reunión, de fiesta, de bailes, desde la época de la esclavitud forzada de los africanos llegados a estas tierras y que los obligaron a trabajar en la industria del azúcar.
Cuando Alberto Beltrán nació ya los bateyes no escuchaban los lamentos de los negros africanos que impulsaron la industria del azúcar en el Caribe. Pero sí permanecía el sonido de los cueros de los tambores que hacían renacer una cultura transmitida a los nuevos territorios donde dejaron de ser personas libres para convertirse en mano de obra barata de terratenientes colonialistas.
Aquellos asentamientos eran el centro de la vida de las incipientes fábricas azucareras donde se reunían los africanos y los campesinos pobres de las regiones.
Vendedor ambulante de dulcesa
En un contexto de miseria vivió este niño negro con sus dos hermanos. El padre los abandonó y la madre murió cuando tenía 11 años. El trabajo se imponía para sobrevivir en aquella miseria de huérfanos.
Su primer empleo fue como vendedor ambulante de dulces en las calles del pueblo natal. Con solo 14 años cantaba, como aficionado, en la emisora La voz del Yuna. Pero las autoridades le prohibieron trabajar porque era menor de edad. Caminó dos días seguidos hasta San Pedro de Macorís para integrarse a la zafra de la caña de azúcar.
En esos años, Alberto era autodidacta en su manera de entonar las melodías y fraseos, aunque luego pudo estudiar canto. Entonces le encantaban las interpretaciones de Daniel Santos, un joven puertorriqueño que se hizo famoso más tarde. El muchacho de Palo Blanco tenía 17 años.
El almanaque marcaba el año 1946 cuando este joven -que solo bebía vino tinto caliente, no fumaba ni trasnochaba- se trasladó a La Habana, donde a los dominicanos se les quiere como propios. En aquella ciudad cosmopolita su música comenzó a sonar en la radio y la popularidad le llegó pronto, la capital cubana fue como un parteaguas en su vida.
Gracias a su amigo dominicano Tirso Guerrero, quien trabajaba en la emisora habanera Radio Progreso, conoció en 1954 a Rogelio Martínez, director de la orquesta Sonora Matancera, una leyenda en el pentagrama cubano, quien luego de escucharlo le dijo: “Oye, chico, tú tienes clase y te identificas con nosotros, vamos a grabar”.
Su vida cambió con esa banda que le brindó su fama y lo acogió como familia.
En Cuba, a donde siempre regresaba luego de cumplir contratos internacionales, se unió luego al famoso Conjunto Casino. Cantaba en cabarés y en bailables. “El negrito del batey”, un tema de su paisano Medardo Guzmán, lo elevó a lugares cimeros.
Alberto Beltrán
En 1954, cuando esa pieza integró el disco ganador de un Álbum de Oro, el actor y locutor cubano Germán Pinelli le puso a Alberto el sobrenombre de “El negrito del batey”, con el que se le conoció en escenarios internacionales. Así grabó más de 40 discos, todos exitosos. Componía y cantaba, y cada número era un triunfo.
Conocido como un enamorado de la vida y de las mujeres bonitas, Alberto se casó cinco veces y dejó seis hijos en Venezuela, Estados Unidos, México y República Dominicana, según contó en una entrevista a la revista El Tiempo.
Tras separarse de la agrupación cubana, Alberto Beltrán integró, entre otros grupos el de Willy Rosario, Lucho Macedo y Tito Puente.
Era un intérprete tan completo, al decir de Puente, que “interpretaba como nadie el merengue y los boleros acompañados de mariachis” con una belleza hasta ahora sin comparación.
En enero de 1989, cuando la Sonora Matancera cumplía 65 años de fundada, a Beltrán fue a uno de los artistas que invitaron y ante una multitud interpretó su tema más famoso, “El negrito del batey”.
Murió el 2 de febrero de 1997 en un hospital de Miami, donde se había establecido, debido a complicaciones de un derrame cerebral. Tenía 73 años.
Su muerte hizo que un velo de dolor cayera sobre el pueblo dominicano, que lo escoltó hasta la sepultura con todos los honores que puede recibir un cantante de la talla de Beltrán, aquel muchachito que voceaba los dulces en Palo Alto con una melodía singular, la misma que lo acompañaría toda la vida.
Por Mariela Pérez Valenzuela, corresponsal jefa en República Dominicana de Prensa Latina