Entramos en la celebración de Semana Santa, la Semana Mayor. Un asueto que bien se presta no solo para el descanso sino también para la reflexión.
Es un momento para el recogimiento y recordación de lo que constituyó para la humanidad el acontecimiento más significativo que registra la historia; la pasión, crucifixión y muerte y posterior resurrección de Cristo Jesús, de quien se dice en la Biblia que vino al mundo para salvarnos de nuestros pecados.
Celebramos la vida ejemplar de aquel que se apartó del lado del trono del Creador para venir al mundo a nacer y manifestar cuán grande es el amor de Dios para los hombres muriendo en una cruz por sus pecados.
Entramos en la celebración de Semana Santa
«Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su único hijo para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna». Dice en el libro de Juan 3:16.
Por eso creemos que es un buen momento para ponernos a pensar en que tal sacrificio merece también que nos tomemos un tiempo para el recogimiento y no para la exacerbación.
Un tiempo sin discusiones, ni peleas, sin diatribas y sin egos.
Quizá nos pudiera servir para el descanso o para el pregón, para la risa sincera, para dar vida y amor. Para olvidar las ofensas que dañan el corazón, para borrar nuestras penas y para darnos perdón. Para cuidar a nuestros seres queridos con armonía y unión.
También podríamos tomarnos esta Semana Santa sin prisa y sin alcohol.